jueves, 24 de agosto de 2017

La rosa aventurera - cuento para niños grandes



Érase una vez, una flor blanca. Se trataba de una rosa de pequeños pétalos inmaculados, toda ella blanca perlada, casi era un capullo porque todavía no se había abierto del todo. Y esta rosa, había nacido en un cuento, un maravilloso cuento en el que habitaban brujas y príncipes. Pero la rosa, que siempre había estado en el cabello de la pequeña Cenicienta, quería algo más, porque el mundo no podía limitarse sólo a ver cómo ésta hacía las labores del hogar, o iba a fiestas.



La rosa quería ver mundo, y ser partícipe de otras historias, así que decidió soltarse de la horquilla de Cenicienta, y mientras Miguel leía el final del cuento, aprovechó para saltar a la siguiente fábula que tenía preparada Miguel. De repente, ¡Se encontró en un barco! Ya no estaba en el apacible cuento de Cenicienta, sino que se encontraba ¡en una lucha en mar abierto!

El Capitán Garfio llevaba a nuestra pequeña amiga en el ojal de su casaca roja, y en ese preciso instante estaba dando órdenes a sus secuaces “¡Disparad los cañones! ¡Todo a babor!”
El barco viraba salvajemente, la lluvia torrencial calaba hasta el último centímetro del pedúnculo de nuestra flor, que estaba muerta de miedo. 

¡Unos niños vestidos con pijamas y una pequeña hada estaban liando cuerdas alrededor de las velas del buque del Capitán! ¿Qué podría suceder? Tras una lucha sin tregua, finalmente, todos los piratas terminaron cayendo al agua, con el Capitán Garfio agarrado a un tonel flotante y profiriendo palabras de venganza contra Peter y sus amigos, que volaron hacia tierra firme.

Al pasar la página, Miguel no se percató de una pequeña luz que, con un pequeño brinco, desapareció sumergida en un precioso libro de tapas azules, con un símbolo de dos serpientes entrelazadas en la portada.

De repente, tras un túnel de luz azul, la pequeña flor cayó del cielo, y caía y caía sin saber qué iba a ser de ella, de repente, oyó un tintineo cantarín y sintió como aterrizaba con total suavidad en una superficie mullida. Le rodeaban las escamas de un maravilloso dragón madreperla que nadaba por el cielo como si fuera un océano de nubes, sol y pájaros. “¡Fújur!” - el dragón cantaba su propio nombre, hasta que se percató de su presencia. “Pequeña, ¿qué haces en mi lomo” Ésta contestó: “¡estoy viviendo aventuras!”
Mientras el dragón replicaba, aumentó su velocidad de vuelo y haciendo unos extraordinarios giros gritó: “Has venido al lugar indicado porque… ¡Fantasía no tiene fronteras!” 

La rosa voló a lomos del dragón madreperla sobre un bosque inmenso lleno de vida, luego atravesaron unas radiantes dunas donde había enormes rocas que avanzaban girando sobre sí mismas, llegaron a volar sobre una enorme montaña de basura, hasta que el vuelo de Fújur les llevó a una preciosa ciudad de miles de colores, edificios inmensos y multitud de gentes de todos las formas y tamaños.

Tras aquello, llegaron a una torre construida en marfil, donde Fújur le presentó a una pequeña niña, gobernante del cuento, quien la tomó en sus manos y con un suave y largo soplo, la hizo volar de nuevo hacia el cielo, hacia las nubes y hacia el sol.

Miguel tomó el libro de tapas azules, y tras registrarlo prestado por una semana, abandonó la biblioteca para dirigirse a casa acompañado por su hermana mayor. De la mano, llegaron a casa, y Miguel dejó el tomo sobre su escritorio. Tras la cena y al regresar a su habitación, ya dispuesto a meterse en la cama a leer un rato como hacía cada noche, vio una pequeña rosa blanca al lado de su libro. ¿Cómo habría llegado allí? Tenía exactamente el mismo color con el que se imaginaba al dragón que montaba Atreyu en La Historia Interminable. 

Decidió, ya que siempre tenía un vaso con agua en su mesilla, dejar la flor en el mismo, para que le acompañara en su lectura. Era una rosa preciosa.

Cuando nuestra amiga despertó, se encontró con el mejor regalo que la Señora de los Deseos, la Hija de la Luna, podría hacerle. Cada noche viviría una aventura distinta, acompañando a Miguel, ese maravilloso niño de gran imaginación y ojos ávidos de emociones.