lunes, 23 de octubre de 2017

La Bicicleta

John había llevado una vida satisfactoria. Se había graduado con buenas notas en la Universidad y había conseguido una plaza de profesor de Historia del Arte en una renombrada Universidad. Se había enamorado de una mujer que le correspondía y habían tenido dos preciosos niños sanos e inteligentes.




Pero su miedo a la incertidumbre del futuro le impedía ser feliz.

Un buen día llegó a la ciudad un circo itinerante, de esos donde había una mujer barbuda, unas casetas de tiro, un sorteo de premios y como no, una pitonisa que veía el futuro.

John sabía que todos los feriantes nos hacían vivir una falacia, pero decidió entrar en el vagón de la hechicera, por si acaso, nunca se sabe.


Apartó la tela que hacía de  puerta y pudo ver una estancia decorada con mil colores, pañuelos, redes atrapadoras de sueños, una mesa redonda con la típica bola de cristal. Enseguida reparó en una figura que miraba por la ventana.

Si alguna vez habéis imaginado cómo sería una adivina gitana, seguramente no hace falta que os describa lo que vio John. Una señora mayor con el cabello blanco recogido bajo un colorido pañuelo, unos ojos azules penetrantes que contrastaban con su piel ceniza y arrugada, pendientes colgantes y vestida con un chaleco naranja descolorido, camisola bordada, falda larga de colores vivos…

La voz sin embargo, era una voz profunda de mujer, que le hizo parpadear, sobre todo cuando le saludó por su nombre. “Bienvenido John”.

La gitana le leyó el futuro, le dijo que veía muchas encrucijadas y que de sus actos inmediatamente próximos dependería el desarrollo de su vida y la de su familia.

John, puedo ofrecerte una herramienta que te ayudará. Te hará ver tu futuro para tomar mejores decisiones, pero te aviso que si no la usas correctamente te saldrá muy caro. Cuando termine sus servicios, la herramienta volverá a mi familia. ¿Aceptas el trato?”

John aceptó, tuvo que pagar en efectivo. No fue barato pero sentía un ansia inmensa y no pudo negarse. La bruja le acompañó a la parte de atrás del vagón, donde había una bicicleta maltrecha. Le dijo que se montara, y que cuando quisiera usarla, toclara la bocina una vez, y para pararla, otra, todo ello en marcha.

Como su familia estaba atareada disfrutando de las diversas atracciones, John se despidió de su esposa e hijos y decidió volver a casa montado en su reciente adquisición.

De camino, tocó la bocina, y de repente la velocidad del paisaje aumentó considerablemente, hasta que vio cómo la bicicleta le hacía ser el espectador de una película gigante en la que las escenas le envolvían como en un cine de verano.

Fue testigo de la muerte de su propio padre, por un ataque al corazón, y vio llorar a su madre. Decidió seguir adelante, tras lo cual apareció ante su vista el entierro de su padre, al que acudía su hermana en estado de embriaguez, tropezando y cayendo al suelo con tan mala suerte que fallecía a su vez.

Tocó de nuevo la bocina y en vez de parar en su casa, decidió seguir calle adelante hasta el domicilio de sus padres. Entró en la casa y se dirigió a su padre, que estaba puliendo una mesa. Era carpintero y aunque estaba retirado, aún seguía arreglando y haciendo muebles.

Intentó convencerle de ir al médico, su padre se enfadó muchísimo y al final, ambos discutieron. Su madre entró en el sótano donde estaba el taller, y finalmente su padre comenzó a dar gritos a su hijo, hasta que empezó a toser. De repente, cayó fulminado al suelo, y ni John ni su madre pudieron hacer nada. Cuando llegó la ambulancia, ya era tarde.

El entierro ocurrió a los pocos días. Gran parte del vecindario acudió al cementerio. John había llamado a su hermana y le relató lo sucedido, advirtiéndola de que pasaría a recogerla a casa para asegurarse de que no bebía y así evitar que le sucediera un infortunio.

Cuando llegó a casa de su hermana no la encontró y finalmente no pudo hacer otra cosa que ir al entierro sin ella. Según llegaba, apareció ella, totalmente borracha. Y ocurrió lo inevitable.

John no entendía lo que había pasado, ¿para qué quería saber lo que iba a ocurrir si no podía cambiarlo? Probablemente había obrado incorrectamente. Tenía que volver a intentarlo.

Así pues, ese mismo domingo, tomó la bicicleta y repitió el proceso.

Esta vez vio a su esposa salir del centro comercial cargada de bolsas. No miró al cruzar, y un pick up enorme la golpeó, John la vio caer al suelo. Así que decidió evitarlo.

Su esposa, esa misma tarde, quería hacer la compra semanal. Pero John estaba decidido a no dejar que fuera sola, así que decidió ir con ella. Para evitar que pasara nada, se adelantó mientras ella pagaba para acercar el coche hasta la puerta del complejo de tiendas. Con gran fervor le pidió a su mujer que no saliera hasta que no le confirmara por teléfono que estaba aparcado en la entrada.

John llegó hasta su todoterreno, se subió y salió de la plaza de garaje marcha atrás, con tan mala suerte, que se dio con un coche que se acercaba a toda velocidad… un pick up blanco. Cuando lo vio, su corazón dio un vuelco, y se sintió aliviado pensando que de esta forma, el conductor tendría más cuidado tras el susto que habían tenido. Como realmente no había habido daños materiales, el conductor siguió su camino tras cruzar unas palabras con él.

John salió detrás del pick up, y éste debió pensar que le estaba siguiendo. El conductor del pick up se puso nervioso y aceleró fuertemente, probablemente para dejar atrás a John, con tal suerte, que golpeó a una señora que iba cargada con bolsas.

Era la esposa de John, que había desobedecido a su marido, y que tuvo que ser ingresada en el hospital con una fractura de tibia.

Esa noche John llegó muy tarde a casa, ya que intentó quedarse todo lo que pudo en el hospital, pero finalmente tuvo que volver. Los niños estaban durmiendo en casa de la abuela.

Cuando llegó, vio la bicicleta destartalada aparcada en el porche. Y comprendió que no se podía engañar al destino. Que era mejor seguir adelante e intentar aferrarse a lo que le hacía feliz, no a aquello que podía arrebatarle su felicidad.

Entonces la bicicleta desapareció. John había aprendido a vivir.


Nota: relato presentado para el concurso de octubre de "El tintero de oro" del Blog "Relatos en su tinta".





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