jueves, 1 de marzo de 2018

La mochila de supervivencia

Wilson estaba trabajando. Tenía un puesto callejero de venta de perritos ambulante, tal y como indicaba claramente su ridículo gorro en forma de salchicha. Solía aparcar el carrito-restaurante en las calles turísticas y preferiblemente cerca de la playa, más aún en un día que había sido tan soleado.



Cuando no estaba montando los hot dogs o cobrando, intentaba sonreir, sobre todo a los extranjeros, fácilmente identificables, para atraer su atención. Su mujer trabajaba de limpiadora en una de las empresas del centro, y casi siempre se pasaba por su puesto antes de dirigirse a casa de la abuela, con quien se quedaban los niños al salir del colegio.

Llevabábamos varios días con pequeños terremotos, sin mayor importancia, pero vino uno sin duda especialmente fuerte y largo. Fueron momentos de tensión, pero enseguida cayeron en el olvido, como algo pasajero sin importancia.

El maremoto posterior llegó bajo la sombra de una enorme ola cargada de muerte y dolor. El gigante oscuro sesgó almas y barrió todo a su paso. Wilson no sabía qué ocurría, pero intentó correr en dirección contraria a la playa. 

Lo siguiente que recordó fue estar enterrado bajo escombros, pero la adrenalina le ayudó en forma de fuerza sobrehumana y pudo liberarse de la prisión de tierra, piedra, cemento y cristal. No reconocía el lugar donde estaba, su mente sólo pudo fijarse inicialmente en una mochila color tierra que vio a sus pies.

No parecía ser de nadie así que la cogió y abrió, un simple vistazo aclaró que se trataba de artículos útiles, una cantimplora, barritas energéticas, líneas fluorescentes, una manta… indudablemente era una gran suerte encontrar semejante tesoro en mitad del caos que era ahora, su ciudad natal.

Un grito llamó su atención e inmediatamente se dirigió hacia su origen. Entonces vio a un niño, tendría unos ocho años, que intentaba colarse entre unas rocas.

¡Ayudeme!¡Mi padre ha caído ahí abajo! Wilson no podía ver bien, pero cogiendo una linterna de la mochila, iluminó el agujero que había en el suelo, en parte cubierto por rocas. Debajo del asfalto debía haber un garaje, y un grupo de personas, al ver la luz, gritaron ayuda. Se habían quedado atrapados en una burbuja dentro de lo que quedaba transitable del aparcamiento, ahora inundado.

El agua llegaba a los supervivientes hasta los hombros. Wilson buscó una cuerda o similar en la mochila, encontró una fibra, era muy fina, en el envoltorio ponía que era kevlar de alta resistencia. Wilson improvisó una escala con la cuerda, el niño, que le miraba esperanzado, fue el que trajo los palos que sirvieron de peldaños. 

Nunca se sintió tan bien como cuando vio la primera persona ascender del agujero. Se trataba de una mujer. Cuando le dirigió la vista, vio verdadero agradecimiento. No quiso quedarse a ver cómo todos ascendían, porque tenía que buscar a su esposa.

Siguió adelante, la temperatura empezaba a decaer y la oscuridad comenzó a reinar en este nuevo mundo aterrador. Por todas partes se veían edificios derruidos y personas andando, paralizadas, moviéndose, buscando, corriendo.

Una anciana murmuraba, sentada en una piedra, llamando a alguien. Cuando la vio, supo que estaba aterida de frío. La manta le proporcionaría algo de calor. No sintió angustia de desprenderse de nada. La mochila había sido un regalo, y si podía, la usaría en beneficio de quien lo necesitara.

Siguió su búsqueda, pero unos gritos de verdadero desaliento le hicieron deshacer parte del camino. Una madre aferrada al cuerpo inerte de su hija sollozaba y gritaba. Wilson decidió hacerle algo de fuego, algunas tablas y basura sirvieron de combustible al encendedor de acero que encontró en un compartimento de la mochila.

Sus pies le condujeron a un autobús escolar caído y en parte destrozado, donde un hombre ayudaba a los niños a salir. Se quedó hasta que cada niño se encontró a salvo, y entregó una chocolatina cada uno, que inexplicablemente encontró en la mochila. El hombre podría hacerse cargo de los niños hasta que viniera ayuda. 

Entonces, la vio. Era su esposa, que se dirigía hacia la playa. La llamó, pero no pudo alcanzarla, hasta que la encontró agachada en el suelo, llorando y repitiendo el nombre de su esposo. Entonces se inclinó, no podía ser que su hijo Wilson junior estuviera donde él despertó tras el maremoto, pero una pluma cayendo captó su atención. 

Era brillante y dorada, al contacto con el suelo, desapareció. Wilson vio la cara del hombre aplastado por los escombros por el que su esposa lloraba, y vio su propio rostro. Incrédulo, se levantó, percatándose de que al erguirse, unas alas que sobresalían de los lados de la mochila le acompañaron en su movimiento. Vio su reflejo en una ventana caída y vio una versión de si mismo diferente, irreconocible, mientras su mujer aún lloraba.

Una lágrima cayó por su mejilla, tendió la mano a la que fue su amiga y compañera, quien sin saber porqué, sintió una enorme paz que borró su angustia. Wilson se quedó con ella hasta asegurarse que estaba bien, pero su corazón le impidió permanecer junto a ella.

Continuó su nuevo camino, ayudando a aquellos que se encontraba, aquellas personas que entre todas, brillaban y le atraían con almas puras, un ángel que pasaba por humano, del que sólo recordarás su mirada. Una mirada de verdadero amor.






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