jueves, 22 de febrero de 2018

Migración

Habíamos aterrizado con nuestra nave nodriza hacía doscientas rotaciones de su estrella central. Las labores de explotación minera y aprovechamiento de recursos eran mi especialidad, y finalmente, había quedado demostrado que nuestros robots no eran tan eficientes (en materia sobre todo, de costes) como la mano de obra del ser con inteligencia predominante en el planeta.



Así pues, tuve que acudir a otra reunión de reorientación  con la sociobióloga que se encargaba del adiestramiento del primer grupo que trabajaría en la mina de carbón, mineral del que el planeta disponía en abundancia en diversas formas. Dicho mineral era indispensable en la construcción de nuestras naves espaciales, en las que nacíamos, crecíamos y finalmente, eramos reciclados para beneficio de nuestra comunidad.

Los seres, a primera vista, resultaban feos y desgarbados, con largas extremidades, pequeños torsos y reducida altura. Los había de multitud de colores, con pelajes de muchas tonalidades, aunque en esta parte del planeta eran en su mayoría de piel clara y pelaje oscuro. En sus ojos se palpaba el terror. De nuevo, la sociobióloga seleccionó un ejemplar macho, para la práctica con la máquina excavadora, que habrían de utilizar bajo nuestra vigilancia a través de nuestros robots en las profundidades de la mina.

Los mandos eran simples y gracias a que también poseían dos manos, aunque con dos dedos menos que nosotros, podían manejar  la maquinaria que aunque tan simple, resultaba tan efectiva para la extracción en este caso, de carbón vegetal. 

No nos iríamos del planeta hasta su total aprovechamiento, nuestro propio hogar había sido devastado por nuestro Sol hacía muchas generaciones, y la única forma en la que podíamos sobrevivir los casi treinta mil millones y creciendo, era migrando de planeta en planeta, al menos hasta encontrar un astro suficientemente grande y completo que pudiera cobijarnos a todos. 

Transcurrido un tiempo prudencial, preferí volver a mis quehaceres, cálculos y revisiones para la búsqueda y planificación de la explotación de los recursos de este planeta multicolor. Tenía un buen rato hasta la hora de la comida, y mientras trabajaba, de vez en cuando levantaba la vista de mis planos para ver a esos pequeños seres patéticos sufrir descargas eléctricas correctivas.

La sirena nos hizo acudir al comedor. Mi lugar estaba en el comedor de oficiales, donde se servían las viandas de mayor calidad. Tuve suerte, porque ese día pude pedir mi plato favorito. Manitas de bebé humano cocidas. 




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