martes, 10 de octubre de 2017

Bienvenido

Nunca había recordado sus sueños, hasta que empezó a suceder. Y tras una primera vez, cuando soñaba con él, siempre recordaba trazos de su conversación.







El sueño que podía recordar, siempre se trataba de un niño con quien hablaba. Éste, un infante a veces más o menos joven, aparecía en los sueños de María y siempre le formulaba preguntas –ella no podía recordar el contenido de sus conversaciones.

Hasta un día, en que el pequeño de cabellos rubios y rizados que esta vez aparentaba unos tres años, no le preguntó nada.

Sólo le dio su perdón.

Hasta ese momento, el deseo les había mantenido unidos, amándose, desesperadamente. La pasión les guiaba cada paso, sus pensamientos siempre iban dirigidos a mantener esa unidad y ese nicho de amor que habían preparado.

Por ello habían rezado con sus pensamientos y sus obras y dirigido sus vidas sólo y hacia ese fin, donde nada más importaba en mayor medida.

Y entonces ocurrió.

Ella lo supo, desde el primer momento, que de las almas que guardaba Dios, una le había señalado con el dedo, una pequeña e inocente alma, había decidido que nacería en su seno. 

Y cuando le vio por primera vez, perdió los sesgados recuerdos de sus sueños, ganando la mayor riqueza a la que jamás pudo soñar.







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