martes, 22 de agosto de 2017

Amor verdadero - Relato amor y fantasía

“¡Qué buena tradición! ¿Lo dices en serio? ¿Sale vino de la fuente?¿Y encima gratis?” “Sí, eso toca el día grande.” Ya no quedaba casi gente después de la fiesta así que Bea nos dirigía hacia casa de sus padres para irnos a dormir. 
¡Pues sí! Así fue esa noche, ¡¡¡menuda fiesta!!! Comida, bebida, todo el mundo feliz, los niños corriendo por La Plaza….
Julia no se lo podía creer. Su amiga Beatriz la había invitado a las fiestas del Pueblo de su padre, La Parra de las Vegas, y menudo acierto venir. La gente súper amigable, fiesta, orquesta… un pueblo pequeño pero increíblemente bien organizado, la verdad. 

Ya era hora de volver, realmente, porque había que descansar, si no al día siguiente (que era en un rato realmente) no iba a poder unirme a la fiesta.. y lo necesitaba. Después de lo que había pasado esos meses, me merecía un poco de liberación. Había perdido el trabajo, en un ERE, y encima me había dejado mi novio de toda la vida. Pero el mundo no se termina, y afortunadamente ahí estaba mi amiga Bea para ayudarme a superar todo esto.



Jaime llevaba dormido, literalmente, siglos. El dedo anular se movió espasmódicamente.
El día siguiente empezó tarde para mí, pero no fui la última en despertar. De todas formas desayuno no faltaba. Roscos de anís, tortas de azúcar, miel, zumo de naranja, leche, café… era como un hotel. La madre de Bea, Teresa, ya estaba liada con la comida: “Así me lo quito de en medio, os doy unas tortillas y una ensalada que se hace en un momento.”




Mi mente no dejaba de recordar mis sueños de esa noche. Me veía en el Palacio, cuando aún tenía techo, bailando, con un vestido largo y rojo… qué idílico.

Pues nada, tras desayunar, a ponerse algo de ropa sencilla y a la calle, que es lo más divertido, a dar una vuelta por Las Heras.

Me fui con mi perro, con Turi, una mezcla preciosa de pastor alemán con Golden Retriever, a andar por donde me dijo Gregorio, el padre de Bea. Armada con la gorra, la botella de agua y las gafas de sol, me dispuse a ello. Cuesta arriba, cuesta abajo, ya se veía el pueblo muy a lo lejos. Había algo como que me instaba a seguir andando, a continuar un poco más lejos… “Turi, ¡¡¡no te alejes!!!” ya había desaparecido de mi vista, y daba la impresión de que el pobre se había caído por detrás de unos matorrales… Llegué corriendo, me asomé y sin darme ni cuenta, me caí de lleno como en un hoyo pero lo peor es que estaba lleno de barro. Ahí estaba Turi, meneando el rabo y ladrando hacia un agujero entre piedras.


La verdad es que la situación no era como para alegrarse y decidí volver, además ya era tarde y no quería faltar a la comida, me había pasado media mañana dando vueltas por ahí.

El despertar fue justo al revés, el letargo había empezado con un cosquilleo y un poco a poco desaparecer de los miembros y finalmente de la consciencia, y la recuperación comenzó a producirse en orden inverso.

“Bea, ¿qué vamos a hacer hoy?” Tras una ducha y un cambio de ropa, se siente uno como nuevo, y estaba muy animada para cualquier cosa. “ Pues Cachican me ha dicho que va a pintar la nave, si te vienes le echamos una mano, aunque entiendo que no te apetezca, yo tengo que ir que se lo he prometido”. “Pues voy contigo, aunque lo de los trabajos manuales no se me da nada bien, salvo doblar ropa en la tienda, no te vayas a pensar….” Mi trabajo consistía en vender ropa en un Zara. No me llenaba pero no pagaban mal y además tras mucho esfuerzo había conseguido ser encargada.

La nave estaba un poco hacia las afueras, había que subir una cuesta, y ahí estaba el hijo del Alcalde, pintando su nave de blanco. “¡Si queréis echar una mano sois bienvenidas!” “Venga va, danos rodillos o algo y te ayudamos con el tema!” Así que terminé trabajando durante mis vacaciones, pero con gusto y por ayudar, así que muy bien. 

Trabajo bien hecho, merece un premio. Nada como una cervecita que nos subió Laura, la mujer de Cachican, a la nave. La verdad es que entre el airecito que corría, la cervecita, y la relajación, daba gusto estar ahí.

Jaime aún no podía abrir los ojos, pero pudo conectar mentalmente con su entorno. Había una rapaz cerca. Las águilas culebreras no se habían por tanto, extinguido, desde su último despertar. Siempre le había gustado la sensación de volar, de observar desde el cielo… Pero no podía perderse en semejantes placeres, tenía que centrarse en dirigir el ave hacia su objetivo: los seres humanos.

El giro consiguió la visualización de lo que parecía un pueblo, donde debía estar su Palacio. Qué extraño, anteriormente el Palacio se encontraba rodeado de jardines, y la pequeña ciudad rebosante de vida, se hallaba a unos kilómetros que les regalaban su privacidad a los habitantes del Palacio.


Parecía que los hombres habían evolucionado, ahora en vez de coches de caballos disponían de coches mecánicos, y la mula y el buey se había sustituido por grandes vehículos naranjas…


Eso no importaba. El motivo de su despertar era lo más acuciante ahora que había localizado al hombre. Dio instrucciones al águila, insuflando en su subconsciente una imagen para que buscara, y se retiró de forma activa de la consciencia del ave, para concentrarse en el despertar de sus músculos.

“¿Y de dónde proviene la tradición de lo de la fuente?” Sentía curiosidad por saber, ya que eso sí era algo extraño, una fuente que produce vino… “Pues nada, de hace muchos años, yo diría desde que la gente del pueblo existe, eso ha sido así. La fuente hubo que trasladarla cuando hubo que mover el pueblo.” Cachican estaba de lo más explicativo. “¿Mover el pueblo?” Beatriz relató que hubo unas inundaciones, y que hubo que mover piedra a piedra, antes estaba a un lado La Parra, y al otro el Palacio. “Si esto que te crees, aquí hemos tenido hasta casa nobiliaria, ¿no has visto los escudos cuando hemos ido al Palacio?”

Es cierto, quedaba un escudo tallado en una pared de las ruinas del Palacio. Me habían explicado que era la Casa Residencial de los Condes de Cervera, pero ya no quedaban más que muros.

La alerta del ave hizo que la concentración de Jaime se centrara en la visión de la misma, y allí pudo verlo. Cuatro figuras, un hombre y tres mujeres, bebiendo juntos y sentados al frente de un edificio rectangular, pero lo único que importaba era que ELLA estaba allí. Por un momento la vio tan de cerca como la magnífica vista del ave le pudo permitir, pero la emoción rompió la conexión, y la distancia le impidió volver a entrar en la mente de la rapaz.

La verdad es que Bea tenía toda la razón, si queríamos aguantar toda la noche, había que echarse un ratillo, así que fuimos a casa a relajarnos un poco antes de volver a salir. Daba gusto arroparse entre tanta sábana y colcha, aunque fuera hacía más bien calor, no estaba de más la ropa de cama, porque en la casa hacía fresco. Y era de agradecer, porque en la Serranía de Cuenca o hace un calor tremendo o un frío importante. En pleno agosto, lógicamente, por el día lo que hacía era calor.

Al despertar parecía como si siguiera dormida, porque los recuerdos del sueño no parecían recuerdos, sino vivencias….Había vuelto a ver en sueños a ese caballero de largas manos y porte militar, de grandes ojos marrones, que le hacía sentir una tremenda atracción…
“¿Pues nos vamos ya a  La Plaza? ¿Estás lista para subir?” Afirmando con la cabeza, me sentía algo mareada por la claridad de las imágenes que había en mi cabeza, no conseguía eliminarlas de mi mente. Llegar al Centro del Pueblo fue nada, y además pudimos encontrarnos con gente y charlar un poco por el camino. Todos querían ser amables conmigo.

Arriba ya, había mesas dispuestas con jamón, chorizo, queso y otras viandas, que podíamos saborear acompañado de efectivamente, vino mezclado o “zurra” más bien, que salía de una fuente que tenía hasta luz, y tres grifos de los que alegremente nos servíamos esta bebida tan curiosa. Hasta algún niño aprovechaba el momento en que los adultos no prestaban atención para probar algún sorbo.


“¿Y esta tradición de cuándo es?” yo no podía satisfacer mi curiosidad y preguntaba a Maria Dolores, una de las más veteranas del pueblo, a ver si ésta me podía aclarar algo más la escasa información que me había facilitado Cachican. “Se dice.. .bueno realmente esto es una tontería. Dicen que el Conde de Cervera, que fue un hombre de carrera militar y que llegó a ser Marqués, realmente era un inmortal –una tontería más- y que La Parra era su protectorado. Se supone que nos organizaba una fiesta anual y nos daba de beber y comer a cargo de la Casa de Cervera, pero claro, es una tontería. Ya no tenemos Condes pero ¡no vamos a dejar de tener fiestas por eso!”. 

Su cripta estaba prácticamente impoluta, casi ni había entrado polvo. Afortunadamente, como inmortal y hechicero, se podía permitir controlar determinadas cosas, y había sellado a estos efectos el tiempo en la cueva. Su lecho, surgido de la piedra, volvió a hundirse, despareciendo la forma de cama en la que había yacido los últimos cien años. Decidió aventurarse ya fuera, ayudado por la fuente de su poder e inmortalidad: la diosa lunar.

El aspecto de la flora no había cambiado prácticamente, aunque quizás hubiera menos frondosidad en el bosque de lo que recordaba solía haber en los veranos. Oía el crujir de las hojas en cada pisada, y veía en la lejanía, las luces de los habitantes de la Ciudad que otrora, había sido suya. Hacia allí decidió dirigir sus pasos, puesto que su amada Berta, por seguro se encontraba entre las gentes.

Julia no paraba de reír, charlar y disfrutar, si bien sentía un pellizco en el corazón, porque cada pocos minutos sentía una tristeza tremenda, al recordar la cara del hombre de su sueño. ¿Qué narices me pasa? No podía dejar de preguntarse a qué venía esa desazón, encima de que había terminado con su pareja, que sería en todo caso a quien debería echar en falta, lo que le aparecía en la mente era ese desconocido creado por su mente.


Llegó un momento en que decidió, fruto del agobio, darse una vuelta un momento, para relajarse un poco y pensar. Sería un rato, así podría ver las luces del cementerio, que le habían dicho estaba iluminado. Podría caminar un poco.

Jaime podía sentir la llamada de su amada, la sentía cerca, se encontraba a escasos pasos, así que su marcha se hizo más rápida, hasta que vio su silueta recortarse contra las luces artificiales. Esta vez no la perdería, la haría inmortal como le hizo la Santa Diosa a él, y nada podría impedírselo, ninguna enfermedad como en el pasado, que se la llevara antes de cumplir los diecinueve. Antes de los diecinueve no podías ser ascendido, puesto que la sangre aún no podía albergar la energía de La Diosa.

No pudo sino pararse. 

Julia vio al hombre del sueño, un hombre alto, vestido con casaca con cuello, bordado sobre una especie de seda gris. Su corazón quedó paralizado. Fue como si le conociera, como si le hubiera estado buscando toda la vida, y acabara de encontrar aquello que siempre la había coartado en su vida.

“Berta, recuérdame… ” su mano se apoyó contra mi frente, aunque no pude sino echarme hacia atrás, las imágenes llegaron, los recuerdos se hicieron vívidos y me di cuenta de que yo no sólo era Julia sino Berta. 

Una vida retrocedió en un instante y otra fue recordada en lo que pareció un suspiro. Me vi crecer, en una Casa Noble, me vi enamorarme, y vi cómo este hombre, mi Jaime, me cortejaba y enamoraba. Vi cómo me presentó a la Diosa, y cómo ésta, en castigo a las faltas de Jaime en la batalla, me sumió en una enfermedad oscura, con la promesa de devolverme a la vida tras el castigo…
Vi cómo todo desaparecía, y de repente, estaba con Jaime, mi amor verdadero, a las puertas de su condado, ahora conocido como La Parra de las Vegas. 

Nuestra historia volvía a comenzar, precisamente en este lugar, en este tiempo y en esta fecha. Iba a ser feliz y nada iba a impedírmelo.