miércoles, 23 de agosto de 2017

El día D - historia breve ciencia ficción


Ese día comenzó como cualquier otro, el despertador sonó, Javier lo apagó y comenzó la rutina mañanera de desayuno. Él, su té, ella, sus cereales con leche y café. Como cada día, recogieron las tazas, y mientras Esperanza se iba al trabajo, Javier esperaba pacientemente a que Rodrigo se despertara.

La noche había sido buena, así que Rodrigo se despertó de buen humor y apareció en el salón agarrado de su muñeco Do-do, con los rizos rubios revueltos y poca hambre para desayunar.




Javier consiguió sin muchas dificultades – por fortuna- salir de casa para dejar a Rodrigo en el cole.
Lo primero extraño que notaron todos en Madrid fue la inmensa sombra y un intenso frío que traspasaba hasta los huesos. Todas las miradas se dirigieron hacia arriba, el tráfico quedó paralizado y los conductores salieron de los coches, mirando al cielo. El pánico generalizado provocó el caos. Teléfono en mano, Javier llamo a Esperanza: “¿Lo estás viendo?” “¡Sí! Nos han dicho que nos vayamos a casa, voy para allá, esperadme allí.”







La reportera de TV1 explicaba: “Una nave colosal sobre Madrid y en cada gran ciudad, …no hemos establecido comunicación alguna … se desconocen las intenciones….”.
Apresurándose, Javier llamó al Pueblo, a su padre, “¡Diga! Sí, lo estamos viendo, estamos asustados, quizás deberíais venir… aquí no hay ninguna nave…”.




Uno casi se sentía parte del reparto de una película de ciencia ficción, ¿cómo serían las naves?¿Qué habría en su interior?
Decidimos salir a la calle a hacer acopio de comida, pero llegamos tarde, las tiendas cercanas estaban destrozadas… En la calle no había casi nadie, más que algún coche sin respeto por las normas de tráfico, era una sensación muy extraña estar a la sombra a pleno día, una sombra fría y enorme que parecía que entraba en los huesos.
“Sube Javier, ¡están diciendo algo!” Esperanza gritaba al teléfono. 




Al entrar, estaban conectadas las dos televisores del salón y cocina, en una se veía la TV1 y en la otra TV2. Nada más entrar, Javier pudo oír “Nos solicitan recursos. Parece que están en comunicación con la Casa Blanca y el Kremlin. Van a cosechar el planeta y no sabemos qué pasará, pero nos avisan de que cualquier medida será castigada con masacres.”




Las siguientes horas fueron infernales. Se oían gritos, las familias se juntaban, no sabíamos qué hacer. Finalmente fuimos a casa de Teresa, la hermana mayor de Javier, que vivía en San Sebastián de los Reyes.




Su casa era la más grande y estaba más alejada del centro. Llegamos desesperados y muertos de miedo. Allí los únicos que podían comportarse de una forma medio normal eran los niños más pequeños, ni siquiera Paula, la prima mayor de Rodrigo, podía esconder su temor.




Afortunadamente, cuando vino Beatriz pudo traer un montón de latas y de comida. Verla aparecer fue un triple alivio, al verla a ella y ver a Kike todos respiramos, y al ver que traían tanta comida nos dio un poco de tranquilidad. Al menos tendríamos para sobrevivir unos días. ¡Gracias Bea!




Lo único que no dejábamos de ver era la televisión. Estar todos juntos hacía más llevadero todo, había menos tensión, y los niños nos daban alegría mediante sus actos, inocentes sin llegar a comprender realmente la gravedad de la situación.
De repente, apareció Álvaro acompañado de Rodrigo con un cono de papel albal sobre las cabezas, nos habríamos reído (más de nervios que de otra cosa) si en ese momento no hubiéramos oído los aviones. El retumbar fue impresionante, jamás pensamos que además de los días de fiesta nacional, pudiéramos ser testigos de tal movilización aérea. Fueron más de 20 minutos en los que no escuchamos más que aviones sobrevolar la zona.




La espera fue horrible, no podíamos ni comer, ni beber, ni hablar, pero lo siguiente fue mucho peor.
Fue una luz. Una luz azul que de repente invadió el cielo, pero no como un trueno, sino como si surgiera la luz a la vez de todas partes…
No podía ver, sólo podía abrazar al niño y a Javier a la vez… las lágrimas me impedían la visión y el corazón me palpitaba desbocado. La televisión dejó de emitir.




Estuvimos una eternidad callados, todos en silencio, ni siquiera los niños, que percibían nuestra tensión, podían ni hablar.
“Agua mamá”. Fue Rodrigo quien rompió el silencio sepulcral que nos dominaba a todos. Le di la botella de agua al niño mientras me preguntaba si realmente tendría un futuro, si podría vivir, tener hijos y ser feliz…




Fue Teresa la que avisó “¡Ya emite! ¡Parece que la tele capta señal!”
“Han caído. Nos informan de que el ataque masivo coordinado producido en todas las naciones con fuerza aérea que han atacado ha sido fallido” La imagen se perdió y apareció el negro absoluto en la pantalla. Esa voz, era como un ordenador hablando, sin sentimiento, sin emoción ninguna y fríamente digital “No se darán segundas oportunidades. Quédense en sus casas. Cosecharemos el planeta y abandonaremos su sistema solar. No se permitirán más ofensivas. Su castigo ha sido inmediato, las ciudades conocidas como Tokio, Shanghái, Yakarta, Nueva York, México y Estambul han sido aniquiladas”.




Eso nos dejó sin habla, las lágrimas se me congelaron y pensé que teníamos que huir lo más lejos posible, deprisa, sin falta…




Lo siguiente que recuerdo fue la imagen de todos cogiendo los coches y saliendo en caravana, los tres coches seguidos, en dirección a La Parra. 
Eran muchos kilómetros por carreteras secundarias evitando la autovía atascada, pero sólo ver la luz del cielo parecía que alimentaba el alma. Cuando vi los girasoles brillantes sentí una cierta normalidad y el corazón, que me dolía como si estuviera estallando, parece que encontró de nuevo su hueco en mi pecho.




Gregorio sí estaba nervioso, nunca lo había visto así, y Teresa, su esposa y madre de Javier, tenía un ataque de nervios. “¿Qué ha pasado?” La pregunta hecha con inercia y fruto de nervios parecía hasta ridícula. La mayor de los tres hermanos respondió a su madre: “llegar hasta aquí ha sido un infierno, seis horas en los coches. Ha sido un problema echar gasolina, hemos esperado más de una hora para conseguir carburante pero hemos cogido bidones. Los niños necesitan comer. Ha sido horrible.” 




El pueblo parecía superpoblado, gente que no venía nunca estaba en las casas y casi no se podía aparcar. Nuestro coche terminó en la calle de las Heras porque no había sitio. Era lo que menos le preocupaba a nadie, casi nos daba seguridad ver tanta gente.




Pasamos dos días casi en silencio, buscando comida, pudimos obtener miel y leche. Además Kike se hizo con dos cerdos y Javier encontró tres cabras abandonadas en el campo, pudo traerlas a casa y los cinco animales tuvieron su sitio en la casa de los abuelos, donde también estaba el huerto. Nos daba mucha alegría ver los tomates, las judías y los pimientos, y aunque la cosecha estaba siendo muy buena, todos teníamos miedo de la escasez.




Las noticias no dejaban de oírse, había varias teorías, que lo dejarían todo quemado; que se llevarían sólo la flora; los minerales; que no quedaría vida en los mares… Había un grupo de científicos españoles que suponían la devastación total y que hablaban del cultivo masivo de algas para alimentación humana mediante luz ultravioleta.




Nos duraron poco esos días, casi pudimos pensar que eran tranquilos, pero oímos más noticias de destrucción masiva y grandes ofensivas fútiles que terminaron con más masacres. Madrid desaparecida, totalmente devastada. Vimos imágenes de Valencia, Madrid y Barcelona que no recibió menor castigo. Sevilla tampoco quedó en pie.




Todas las noches nos reuníamos en La Plaza. Entre el Alcalde y los más dispuestos, se organizaron depósitos de comida en las naves del pueblo, que se protegieron noche y día, por los hombres y mujeres armados con las escopetas de caza. Habíamos oído noticias de bandas de gente que robaba pueblos enteros.




Las carreteras de Valeria, Cuenca y Albaladejo estaban permanentemente vigiladas desde puestos de las casas de los vecinos. Así que las casas de Carmen, El Chirri, Saúl y los Holandeses siempre tenían guardias. El cementerio servía de puesto de vigía ya que desde allí se podía observar un gran tramo de terreno de la carretera de Cuenca. 




Nunca habíamos sido una comunidad como entonces. Todos nos ayudábamos. Cada día había reuniones en La Plaza y el alcalde, Vitoriano, nos informaba y organizaba. Era el que más energía parecía tener, y siempre estaba donde se le necesitaba.




Se organizaron las casas de aquellos mayores que estaban solos, de otros más jóvenes que les ayudaban durante el día. Cada noche regresábamos a casa con la familia. Parecía que había pasado mucho tiempo, pero fue en una semana escasa tras nuestra llegada a la Parra, cuando cambió la situación radicalmente. 




Ya habían dejado de emitir señales de televisión, pero sí que sabíamos lo que parecía pasar en cada lugar cercano. Gracias a los de Valverde, nos enteramos.




Había llegado La Cosecha. En Valverde habían bajado unas naves, de menor tamaño que la que vimos en Madrid. Los de Valverde habían huido de su pueblo, a La Parra llegaron unos veinte que acogimos de momento, en La Iglesia. 




La situación era la siguiente: Parecían levantar la tierra y se llevaban todo en ella, luego volvía la gravedad y una tierra que quedaba como quemada, que parecía ceniza, caía de nuevo al suelo. Testigos decían que se llevaban varios kilómetros cuadrados en cada oleada y que sólo quedaba tierra negruzca. Los animales morían aplastados.




No teníamos a dónde huir ni sabíamos qué hacer. Estábamos todos en La Plaza, en la Iglesia, nunca antes salvo en la boda de Laura y Cachican había habido tanta gente a la vez en el Pueblo.




Empezó el ruido.
Era como un sonar, como un zumbido infernal, y vimos como en la zona del Cristo se hacía la oscuridad. Esta nave era más pequeña y estaba ejerciendo una fuerza anti gravitacional contra el suelo, se habían elevado todas las tierras.




La imagen era terrorífica, el pánico nos dejó vacíos, algunos corrieron a sus casas y coches. Nosotros nos quedamos juntos, en La Plaza, unidos y esperando que no levantaran el asfalto. “¡¡El Centro del Pueblo es lo más seguro!! ¡¡No os vayáis!!” Javier estaba gritando junto a otros que intentaban tranquilizar y organizar a la gente. Allá donde mirara veía caras conocidas, y aunque todos sentíamos un terror común, nos juntábamos aún más, esperanzados de los gritos de algunos como Javier, que intentaban que permaneciéramos unidos.




De repente, el zumbido paró. Otras naves que se dirigían a otras zonas del Pueblo se pararon totalmente.




Quedaron suspendidas, quedaron como apagadas, la tierra flotante de la zona del Cristo cayó poco a poco al unísono con la reducción de zumbido que nos atacaba los nervios, los oídos y el alma.




Fueron minutos al principio. Luego horas. Fuimos volviendo poco a poco a nuestras casas, con el corazón destrozado y sin saber qué estaba pasando.




Al día siguiente aparecieron.




Vinieron en convoy.




Más de cincuenta coches blindados, varios tanques, autobuses, todos liderados por vehículos BMR.




Hablaron con Victoriano, y con todos nosotros, primero de forma común en la Iglesia.




Había algo… las sospechas de los mismos científicos que habíamos visto desarrollando las algas por la televisión, radicaban en que algo de aquí, de NUESTRA TIERRA, les había paralizado.
Fueron varias semanas. Entraron en las naves, no sabemos qué encontraron, pero las noticias recorrieron el mundo, ya recuperadas las comunicaciones.




Habían sido las abejas, las abejas que llevaban el polen de esa planta única de La Parra, el crambón. Era puro veneno para los extraterrestres. Las naves eran orgánicas y estaban comunicadas entre sí de alguna forma totalmente incomprensible para nosotros, pero esas abejas llenas de ese polen tan especial las había envenenado totalmente. 




La Parra había salvado el mundo, su riqueza única, su singularidad, había salvado la tierra.




Nota de la autora: la planta realmente existe y es muy rara, cuando descubra el nombre científico lo cuelgo aquí. ¡¡Gracias!!