martes, 29 de agosto de 2017

¡Kú – kú! - Relato breve de suspense y terror

Ana salió de su casa, un chalé pareado en una de las urbanizaciones de Somerville, en Boston. Su marido había conseguido un trabajo como analista financiero en Fidelity Investments, en la central de Boston, y por fin habían podido mudarse de Anchorage, donde las bajas temperaturas reinaban sobre todo lo demás. La tremenda barriga de embarazada no le ayudaba a bajar escaleras así que tuvo que ir con cuidado. Se montó en el sedan y se dirigió al centro comercial, donde haría unos recados.

Podía aparcar en la zona reservada para embarazadas y familias, por lo que tendría que andar menos para acceder al Assembly Row, donde le gustaba ir a comprar. Se bajó del coche y comenzó a andar, fijándose sin poder apartar la vista en otra embarazada que esperaba de pie, y que estaba mirando directamente hacia Ana y su coche.


Era una mujer alta, grande, pero no era eso lo que le llamaba la atención. Eran sus ojos, de un tono ámbar muy claro, casi amarillos, realmente feos. Apartó la mirada pero seguía sintiendo un cosquilleo en la nuca. Al entrar en el edificio, se giró pero no vio a nadie.

Fue a comprar la ropa de cama para el niño y encontró cuatro preciosos juegos, tres en tonos azules y uno en verde. Quedarían estupendos en la habitación del niño.

Habían decidido llamarle Marc, de hecho, habían buscado un nombre que no tuviera nada que ver con la familia ni de Eric, su marido, ni de Ana. El caso es que el dependiente de la tienda le había dado la opción de grabar el nombre del niño en las sábanas y se paró antes de salir para ver de nuevo las que tenían en exposición, cuando la vio de nuevo.

Esa mujer la estaba observando directamente desde la puerta. Al ver que Ana le devolvía la mirada, se dio la vuelta y desapareció. ¡Qué desagradable! Apartó la idea de grabar Marc en las sábanas y salió de la tienda para dar una vuelta por el centro comercial. Pasó por delante de la tienda de muebles donde hacía un mes habían encargado la habitación del niño, que vendrían a instalar al día siguiente. Tenía muchas ganas de ver cómo quedaba todo.

Paró a tomarse un zumo de naranja en una cafetería y volver a casa para seguir desempacando cosas. Era una tarea interminable aunque en esta casa tenían más espacio. Había sido un fin de semana bastante liado, y ya sólo quedaba por colocar parte del menaje de la cocina y tendrían todo listo.

Cuando volvió Eric eran aproximadamente las siete de la tarde, y cenaron juntos viendo una película. Cuando fue a acostarse, Ana tuvo que parar y abrir la puerta de la habitación del niño, para imaginar de nuevo cómo quedaría todo. Habían pintado la habitación de un tono crema, techo blanco en el que ya colgaba una preciosa lámpara con forma de avión. Los ventanales de madera blanca tenían cuadrículas en los cristales y las cortinas puestas. Al mirar por la ventana vio el precioso árbol del jardín trasero, un enorme olmo que le daría mucho trabajo, ya que perdían las hojas en invierno.

Creyó ver algo moverse entre el follaje del árbol, y se acercó a la ventana. Las ramas más cercanas del olmo estaban como a seis metros de la ventana, pero claramente vio que algo se movía. De repente, vio dos ojos enormes mirando directamente hacia ella, sintió una mano apoyarse en su hombro y se asustó muchísimo.

“¿Qué haces cariño?”- Eric la sostenía de los hombros.
“¿Ves que hay algo mirándonos?, tiene los ojos como amarillos.” – señaló hacia las ramas donde lo había visto.
“Debe ser un búho, creo que hay muchos en la zona, no te preocupes que no son peligrosos.” Sus palabras tranquilizaron a Ana pero no pudo librarse de la sensación, era la misma impresión que le causó la embarazada del centro comercial cuando la miró profundamente. Los ojos además eran del mismo color ámbar amarillento que los del supuesto búho.

Decidió cerrar las contraventanas, para lo que tuvo que sacar parte de su cuerpo fuera –si no no llegaba con la barriga- y el viento, que corría bastante fuerte, silbaba en sus oídos. Plegó una contraventana y cuando pudo agarrar la otra, volvió a ver unos ojos de depredador mirarla desde los matorrales del final del jardín. Esos ojos se clavaron en su cerebro y no fue capaz de forzar la contraventana del todo, pero sí cerró la ventana a toda prisa y corrió las cortinas, incómoda y asustada.

Llevaba varias semanas durmiendo mal y esa noche no fue mejor que el resto, ya quedaban como mucho diez días para dar a luz y se encontraba muy incómoda con la tripa. Había además un ruido que la despertó y que la ponía los pelos de punta. Se levantó y localizó el sonido, era la contraventana suelta que golpeaba contra la fachada de la casa. Se armó de valor, abrió la ventana y pudo cerrarla, no sin antes fijarse por si volvía a ver los ojos amarillos clavándose en ella. Respiró más tranquila, no había visto nada, así que volvió a la cama y quedó en duermevela.

Al día siguiente Eric se despidió con un beso, y no quedó más que esperar a que vinieran los muebles, por lo que estuvo repasando la canastilla. Tenía de todo, los pijamas de ambos, las manoplas, un biberón por si acaso, manta….
Llamaron al timbre, al abrir estaban descargando las cajas, eran dos empleados con monos azules. Trabajaron sin dilación, empezando a montar todo, se llevaban las cajas vacías y en menos de tres horas se fueron con una generosa propina y una sonrisa de Ana.

Pudo entrar por fin en la habitación de Marc, decorada con preciosos muebles de madera lacada en blanco. Una cuna en el centro, una mecedora, una cama con cabecero y mesilla, cajonera, escritorio, dos estanterías y un baúl. Había que barrer todo así que eso se dispuso a hacer, cuando un dolor vino de su espalda hasta su estómago. Pasó rápido así que pudo continuar su trabajo, hasta que quedó todo limpio.

Transcurrida una hora, se dio cuenta de que debía acercarse al hospital y llevarse la canastilla por si acaso, porque eso no eran contracciones braxton hicks (que es la forma que el cuerpo tiene de prepararse para dar a luz) sino que tenían un patrón de repetición y además venían con un dolor que empezó leve y ya era moderado. Decidió coger la canastilla y avisar a Eric.

En media hora apareció su marido por la puerta, emocionado, con el cabello pelirrojo despeinado y tras un beso, éste recogió la canastilla, agarró a Ana por el brazo y la metió en el sedan. Introdujo en la parte de atrás el carrito de bebé aún sin estrenar y condujo hasta el hospital.

Fueron cuatro horas de parto. Marc pesó tres kilos ciento cincuenta gramos, midió cincuenta centímetros y tenía unos preciosos ojos azul oscuro. Eric avisó a la familia por teléfono, los padres de Ana quedaron en buscar billetes en el siguiente vuelo hacia Boston, la hermana de Eric vendría el próximo fin de semana en coche desde Nueva York. No tenían más familia.

Ana sin embargo, tuvo complicaciones. Le dieron de alta a los cuatro días con la condición de que debía guardar reposo durante unos días. Durante la estancia en el hospital, pudo mantener al niño en la habitación. Las dificultades que había tenido eran un precio pequeño por ver a su niño totalmente sano. Tenía unos hoyuelos preciosos y unos ojos inmensos.

Cuando le dieron el alta, Eric empujó la silla con ruedas hasta el coche, estacionado en la puerta del hospital, mientras Ana sonreía con su precioso niño en brazos. Les acompañaban los padres de Ana, que cargaban con la maleta, todos estaban felices de poder volver a casa, así que se montaron en el coche.
Era por la tarde, la temperatura era muy agradable sin llegar a hacer frío, Ana pudo tumbarse en su cama a descansar con su niño en brazos mientras su madre se encargaba de la cena. Una suave brisa entraba por la ventana, era aire fresco y no el ambiente viciado del hospital.

Eric y el padre de Ana fueron a comprar al supermercado, y cuando Ana estaba terminando de dar de comer al niño, entró su madre y lo acostó en la cuna, que habían traído a la habitación de matrimonio. Disponían de espacio de sobra. Ana podía, por fin, descansar en casa.

Cuando despertó debía haber pasado al menos hora y media, porque eran las nueve de la noche, aún no había cenado. Llamó a su madre, quien vino y le preguntó: “¿Te traigo la cena? No he querido despertarte porque era evidente que necesitabas descansar.” Un sentimiento de culpa y de necesidad hizo que Ana contestara “¿me traes a Marc? Sí que quiero cenar, gracias mamá.”

Su madre se inclinó en la preciosa cuna blanca y sacó al niño envuelto en un arrullo azul. Se lo acercó a Ana, estaba dormido, ésta se lo acercó al pecho y el niño empezó a alimentarse. De repente, abrió los ojos y miró a su madre fijamente, Ana quedó paralizada, el pánico le atravesó la columna y le heló la sangre, cuando ese niño sin hoyuelos le miró con sus enormes ojos amarillos.