lunes, 28 de agosto de 2017

El fotógrafo - Relato breve suspense y terror

Había sido el cumpleaños de Henry, y éste había quedado con un amigo para invitarle a desayunar en una cafetería del Greenwich Village, muy cerca de su casa. Recorrió su calle hacia la principal, era una calle llena de árboles y mansiones del siglo XVIII.



Había alquilado en una de estas preciosas viviendas de media altura un apartamento en la última planta, ya que este barrio neoyorquino tenía todo lo que Henry disfrutaba en el día a día. Los grandes rascacielos los reservaba para verlos tras el objetivo de su cámara, puesto a eso se dedicaba Henry, era fotógrafo profesional.

Se habían citado en el Café Español, un lugar bohemio en Bleecker Street, donde le gustaba desayunar al estilo castellano, con un café y pan tostado con aceite de oliva. Allí estaba Charlie, y tras una animada conversación en la que se pusieron al día mientras desayunaban, éste le dio un presente por su cumpleaños.



Era una Leica IIIb de aproximadamente 1940, de las primeras cámaras con telémetro independiente del visor, y una gran capacidad para almacenar película (para aquel entonces). Un maravilloso regalo del que pensaba disfrutar muchísimo, Charles había dado en el clavo con este modelo de rosca negro y plateado, al que además acompañaba una preciosa funda de piel marrón.

Ya en su casa, se percató de que de la cámara tenía un carrete usado dentro, así que decidió revelarlo. Afortunadamente tenía todo lo necesario para llevar a cabo el trabajo así que no tardó mucho en poder ver la imagen de una mujer, en blanco y negro, de largo cabello suelto despeinado y ojos muy abiertos, con una camisa blanca. Parecía asustada y enormemente seria, la foto no era del todo moderna, se podría decir que quizás de finales de los ochenta. Observar la foto le causó un tanto de malestar, una sensación incómoda y un escalofrío le recorrió la espalda. Nunca tiraba ninguna foto, pero ésta decidió archivarla en una caja para no utilizarla, borrando la imagen de su mente.

Era domingo así que no tenía que ir a trabajar al estudio donde tenía su despacho profesional, pero le apetecía salir a andar con su nueva cámara así que cogió su Leica y decidió dirigirse hacia el sur. Terminó en el barrio chino, que había crecido tanto que prácticamente estaba absorbiendo Little Italy. En Canal Street, la calle que separaba ambos barrios, pudo ver una preciosa imagen y decidió estrenar su nueva cámara.

Click, - capturó una bella imagen de un hombre asiático invocando la buena suerte, tras ello vio también una mujer en idéntica actitud, quemando igualmente incienso- click. Siempre venía bien llevar una cámara. Decidió sacar su paquete de tabaco, aunque prácticamente había dejado de fumar, a veces cuando se relajaba le apetecía un pitillo. Se quedó de pie observando como buen profesional el ir y venir de la gente, algunos atareados, otros paseando o charlando, algún turista… Prácticamente había terminado su cigarro cuando el hombre de la foto sacó su móvil con tan mala suerte que éste cayó al borde de la acera. Se acercó para coger su teléfono, pero entonces ocurrió lo inesperado, un conductor giró rápidamente el volante para evitar un pájaro y arrolló al joven chino del incienso. Inmediatamente varias personas fueron en su socorro, el conductor salió del coche, y Henry decidió no quedarse al desenlace de la tragedia.
Foto de Enrique Murciano


Echando a andar calle arriba, oyó cómo una voz masculina gritaba “help” y se giró. Quedó estupefacto al ver cómo la mujer que acababa de fotografiar había caído redonda al suelo. Sintió una parálisis que apresó su cuerpo y mente durante unos minutos hasta que finalmente pudo venir una ambulancia, que atendió a la primera víctima. Cuando oía las sirenas de un segundo vehículo pudo por fin, mover sus piernas, y decidió seguir su camino, pero no tenía grandes ánimos y sus pasos le guiaron de nuevo a casa.

Allí reveló las fotos y las clavó en un corcho que tenía reservado para aquellos trabajos que no terminaban de convencerle, o aquellas fotos en las que decidía aplicar algún filtro y por tanto, debía meditar al respecto.

El resto del día transcurrió con sus lecturas y alguna conversación con amigos, sin conseguir tranquilizar su corazón tras lo vivido esa mañana. Pudo dormir con relativa tranquilidad, aunque las imágenes del hombre atropellado y la mujer desmayada le acompañaron toda la noche.

Nada como un café a primera hora para despejar la mente. Tras la ducha se enfundó sus pantalones chinos y su chaqueta de pana, se dirigió hacia su oficina. Allí su empleada, también fotógrafa y recepcionista, estaba atendiendo a una pareja que quería hacer un book para su hija. Henry entró en su despacho e inmediatamente comenzó a preparar las cosas que llevaría a la sesión de fotos que tenía contratada esa tarde en la última la torre del Bank of America. El Post le había contratado para un reportaje fotográfico sobre los directivos más importantes de los principales bancos americanos, y las primeras fotos serían del Director General de este banco.

El día fue muy productivo, pudo terminar pronto y sobre las cinco de la tarde se encontraba de nuevo en su domicilio. La Leica estaba sobre la mesa del salón y no pudo resistirse a su llamada, así que con la cámara al cuello, salió a pasear por la ciudad.

Central Park ofrecía siempre fotos inolvidables, así que se sentó en un banco con una perfecta vista lateral de un bello puente en el que se paraban los transeúntes. Esperó hasta conseguir el momento adecuado en el que podría robar la belleza de un momento, un gesto, que daría vida a su fotografía, Henry los consideraba “momentos robados”. A veces pedía permiso, porque la gente podía ofenderse, pero estaba suficientemente lejos como para que en la foto pesara tanto el enclave, como el protagonista. Sentía un ansia irremediable que le llamaba a disparar de nuevo el objetivo de la Leica.

Una mujer pasó en bicicleta sobre el puente, pero no le pareció suficientemente especial para retratar la imagen. Tras pocos minutos, otra mujer joven, de traje chaqueta, paró casi en la parte más alta de la estructura. Se encendió un cigarrillo y comenzó a fumar, y Henry disparó casi inmediatamente -click. Esperó un minuto y no ocurrió nada más, en realidad, eso le hizo respirar aliviado. Decidió abandonar la escena y conseguir más fotos de vidas robadas así que comenzó a andar hacia uno de los lagos del parque. Oyó el disparo de un arma. Se le heló la sangre, no pudo darse la vuelta, pero aunque en el fondo no podía creer lo que estaba ocurriendo, él sabía que la mujer había sido disparada.

Estaba totalmente seguro de ello. No tenía la más mínima duda. Esa mujer acababa de ser víctima de un disparo, y no podía ser por culpa de la foto, eso era totalmente imposible. Miró la cámara y vio lo que parecía una máquina totalmente normal. Casi parecía una broma. No fue capaz de volver sobre sus pasos para intentar ayudarla.

La siguiente foto la hizo por hacerla, sin disfrutar del momento, como cualquier turista que, disfrutando de gigas de memoria, no aprecia la foto en sí sino que tira la foto por tirarla, por tener una más, por no perder la oportunidad. Vio un hombre pero estaba muy cerca, no quería presenciar en primera persona lo que pudiera ocurrir, así que hizo la foto a una pareja que estaba sentada en el césped a lo lejos. Casi esperaba el momento siguiente para ver qué ocurría con ansiedad. Con los nervios a punto de estallarle la cabeza, fue testigo de cómo un ciclista se salía de su camino cuesta abajo a gran velocidad y aterrizaba directamente contra la pareja.

Corrió hacia casa. No podía creer lo que su mente estaba asimilando poco a poco, pero en cierta forma, la cámara provocaba desgracias. No podía creer lo sucedido el día anterior ni ese mismo lunes. Sin lugar a dudas debía destrozar la cámara, así que en casa cogería alguna herramienta y golpearía el maldito trasto para que no causara más daño a nadie.

Al llegar a casa, subió corriendo las escaleras y del armario de la entrada, donde guardaba una caja con herramientas, agarró un pequeño martillo. Dispuso la cámara sobre el suelo y cuando fue a golpearla, un dolor atravesó su muñeca y subió hasta su hombro, inmovilizándole totalmente. No podía golpear con esa mano así que intentó destrozarla con la izquierda.

Ocurrió exactamente lo mismo. Se sentía culpable de las muertes, de haber provocado desdichas de la mano de un objeto demoníaco, sus ojos se llenaron de lágrimas y rompió a llorar como no había hecho desde que era niño. Guardó la cámara en su funda y tras fumarse toda la cajetilla de tabaco que le quedaba quedó dormido en su cama.

En mitad de la noche se despertó sudoroso, su mente evocaba el sonido del disparo, el humo del incienso, el golpe del coche contra el hombre chino. El corazón le palpitaba enloquecido, sentía la boca sucia por el tabaco, y las mejillas llenas de lágrimas por la pesadilla.

Al levantarse hacia la cocina para beber algo de agua vio la cámara en su funda ¡maldita sea! La echaría por la ventana, pero vio cómo en vez de eso, sacaba la cámara y se dirigía al ventanal del salón. Eso no es lo que quería hacer, pero sin embargo, fue lo que hizo su cuerpo, del que perdía el control por momentos. Consiguió arrodillarse en el suelo, aún con la Leica en la mano, y allí quedo quieto y totalmente angustiado.

Con la luz del amanecer pudo moverse de nuevo, se sirvió un café y pudo darse una ducha más calmadamente. Se vistió, pantalones y chaqueta, y fue hacia el trabajo, pensando que cuando volviera encontraría una solución al problema de la cámara. Pediría ayuda a Charles si hacía falta.

Claire le abrió la puerta -no había clientes- y le saludó: “Buenos días jefe, ¿y esa cámara?”
Estupefacto vio cómo de su cuello colgaba la Leica, al intentar recordar cómo la había cogido un dolor espasmódico le golpeó dentro de su cabeza. Sin mediar palabra entró en el despacho y dejó la máquina sobre la mesa. Lleno de ira, golpeó una pila de facturas que se desparramaron sobre el suelo.

Volvió directamente a casa, dejando el objeto inferrnal sobre la mesa del despacho totalmente a propósito y asegurándose dos veces antes de salir de que la máquina se quedaba en la oficina. Al entrar en casa respiró aliviado y se quitó la chaqueta dejándola sobre la mesa…. Pero la Leica le esperaba allí mismo. No podía entender qué había ocurrido, se estaba volviendo totalmente loco. Entonces decidió que la tiraría al Hudson. Cogería un ferry y la tiraría al río cuando estuvieran alejados de la orilla.

Llegó a la terminal Whitehall Ferry y se subió en la línea de Staten Island. Estaba lleno de turistas, pero él quería alejarse de las personas, sentía una tremenda angustia y ésta no terminaría si no conseguía librarse de la cámara. Llegó un momento en el que se quedó solo en la parte de atrás del barco, así que decidió sacar la cámara de la funda, sin esfuerzo aparente, sintiendo perfectamente que era él quien controlaba sus manos. Estaba seguro de que podría tirar la cámara y eso pretendía hacer lo antes posible.

Una bocina retumbó fuertemente, un saludo de barco a barco, y vio cómo dos de estas embarcaciones más se cruzaban relativamente cerca. Click - no pudo controlar su mano, su corazón sufrió como si le clavaran un cuchillo, y uno de los ferrys viró bruscamente hacia el otro, provocando un accidente.

Henry no pudo controlar su ira, su miedo, su terror, e hizo lo único que pensó podía hacer en ese momento.





Matilda entró en la tienda de antigüedades. Ese día había tenido suerte, porque había cobrado la paga extra, así que pensó en comprarse un regalo a sí misma, y había visto una vieja cámara  expuesta en el escaparate que le llamaba la atención desde hacía unas semanas. Tras adquirirla por unos ciento cincuenta dólares, volvió a completar su turno en la estafeta de revelado de fotos donde trabajaba. Allí le enseño su compra a Mike, uno de los compañeros con los que mejor se llevaba, y entonces se dio cuenta de que había un rollo dentro de la vieja Leica. Decidió revelarlo.

Había una única foto. Era una foto en blanco y negro, oscura, que le producía un frío en la nuca inexplicable, de un hombre con chaqueta, gafas y una horrible expresión de sufrimiento, en un barco, con la imagen de la Estatua de la Libertad al fondo.


Nota: La historia se basa en las fotos adjuntas, que son originales y cedidas por mi buen amigo Enrique Murciano, tenéis el link a su página en la parte inferior de la barra derecha. ¡Gracias Enrique!