miércoles, 20 de septiembre de 2017

El pacto con el diablo

Melinda abrió su tienda, una librería oscura y recóndita. Había mil estantes con libros apilados de primeras ediciones, pequeños y raros volúmenes, libros únicos. Lo que más le gustaba era coleccionar. Se había dedicado a ello durante años, así como su madre, y su abuela. La tradición familiar se extendía en el tiempo tanto como los escritos que llenaban sus estanterías.




La misma Melinda era una mujer enjuta, de la piel ennegrecida por el tiempo, las arrugas por doquier en su pellejo. Su imagen fue lo último en que se fijó Sarah cuando traspasó el umbral de la entrada, embelesada por los colores y lomos de todos los tomos, que, desordenados, parecían tener vida propia.

Sarah, que era profesora, necesitaba adquirir las últimas ediciones con las correcciones al programa de estudios de ese año, de los ejercicios resueltos de matemáticas. Por su embarazo, no le había sido posible comprarlos antes, y los necesitaba urgentemente, así que tras ver que no los podía adquirir a tiempo para la reunión con el Jefe de Estudios de su colegio, decidió aventurarse a buscarlos en unas cuantas librerías.

Sarah dio una vuelta por la librería, suponiendo que entre tantos tomos antiguos, era improbable que encontrara lo que buscaba. Había libros bastante extraños. En una balda, al fondo del todo, vio lo que parecía una cronología de libros sobre personas. En cada lomo, había un nombre escrito y una fecha, todos encuadernados igual.

Había unos cuantos volumenes con caracteres chinos, luego de repente aparece en inglés: Peter Johnson,  1825. El siguiente, Mary Jane Paterson, 1873, así sucesivamente, cada cincuenta años aproximadamente, un nombre y una fecha.

Cogió el último, Jane Wright, 1980; en la portada había una ilustración de una mujer, con el pelo cardado, camiseta con hombreras, una mirada muy triste. Ojeando las páginas, más que un libro como tal, eran como las entradas de un diario, fecha y una breve reseña de lo ocurrido ese día. No supo porqué, pero le dio muy mala espina, sus manos temblaron mientras lo devolvía a su estante.

-“¿En qué puedo ayudarle?” En cuanto Sarah cogió el último libro, Melinda se puso ansiosa.
-“Necesito los libros de profesorado de matemáticas de segundo curso, ¿le quedan ejemplares?”

La librera evaluó a Sarah: joven, sana, por la barriga debía estar en la última etapa del embarazo. “¿Tiene Usted mucha prisa?”
Sarah le contestó que sí, efectivamente, tenía mucha prisa por conseguir los tomos, daría lo que fuera para tenerlos prontamente.

Melinda sacó un libro de debajo del mostrador. Se trataba de un viejo tomo marrón, desgastado, de hojas cosidas a mano y decorado con figuras en dorado. En las hojas había tres columnas, nombre, tomo a reservar y la firma. Había una anotación arriba: precio a consultar.

Sarah sintió como si la mirara un gato cuando Melinda fijó sus ojos en ella. Tenían un color amarronado ámbar realmente extraño y le producían escalofríos, la tendera le dijo: “Si tanta prisa tiene, se los puedo entregar mañana, cuando abra. Si realmente le corre prisa, firme aquí y rellene el nombre y editorial de los libros que necesita.”- la oferta se completaba mientras Melinda le tendía a Sarah una vieja pluma, al menos tan antigua como la tienda, embadurnada de tinta.

Sarah cogió la pluma por instinto, en ese momento una diminuta astilla de la madera del mango debió pincharle el dedo, por lo que una gota de sangre se mezcló con la tinta de la pluma, y mientras depositaba su firma en el recuadro de la vieja hoja, sintió cómo se le agotaba la energía.

-“Entonces, ¿mañana puedo venir a por los libros?”
- “Por supuesto, no hay ningún problema”.

Al salir Sarah, Melinda, con una sonrisa plena, fue pasando las hojas del libro hasta la primera escrita. Leyó en voz alta el texto.
Yo, tu sierva Melinda, en virtud del pacto con Satán al que se consagra mi familia, me encomiendo a tí. Soy tu Legión y en tu Legión me convertiré, convoco tu poder para darme vida, te entrego dos almas como regalo.

La luz tembló y se apagó. Melinda recogió sus cosas y cerró la puerta por fuera, girando el cartel de abierto a cerrado. Entonces se dirigió a una puerta semiescondida para entrar en su casa.

Al día siguiente, Melinda giró el cartel, cerrado podía leer desde dentro. No había descorrido los cierres del escaparate y en la librería la única luz provenía de una bombilla en el techo, pero Sarah ya estaba en la puerta. Melinda la abrió y Sarah se acercó al mostrador, entonces la librera abrió un libro en blanco, de iguales características que los que había visto Sarah el día anterior.

Sarah miró dentro del libro que le tendía Melinda, esperando encontrar ejercicios de matemáticas. La luz tembló, quedó apagada unos segundos, finalmente la bombilla explotó.

Una joven Melinda descorrió las cortinas del escaparate, estaba sola en la tienda. Se dirigió a la última estantería y depositó un libro: Sarah y Jessica Parker, 2017.















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