sábado, 16 de septiembre de 2017

Plim y la oruga triste

Érase una vez un pueblo muy bonito al que los vecinos llamaban La Parra. En este pueblo veraneaban unos hermanos, Paula y Álvaro, que tenían 10 y 7 años respectivamente.

En este pueblo no sólo vivían los humanos, porque en realidad, había un mundo escondido en el que vivían los duendes y otros seres mágicos. Entre ellos estaba Plim, un amigo de los niños y uno de los mayores súbditos de la reina duende. 



Se trataba de un duende pelirrojo, con el pelo largo pero con una coronilla reluciente y calva, al que le encantaba tocar la flauta y lucir las típicas prendas de artesanía duende verdes como el bosque.


Éste era el encargado de recibir las visitas del mundo humano, y eso precisamente estaba haciendo en ese preciso momento, porque su habilidad para detectar las grietas entre mundos le indicaba que se iba a producir una en poco rato, justo en ese lugar.

Y por eso Plim aguardaba en la zona de las pistas, donde había un viejo tobogán al que alguna vez se acercaban Paula y Álvaro. Los dos niños de hecho habían salido de casa a dar una vuelta ellos solos, y habían pensado en tirarse por el tobogán.

Así que ahí estaba Álvaro, que acababa de subir arriba del todo y se iba a tirar, cuando Paula vio cómo bajaba, pero empezaba a hacerse bajito bajito hasta que desapareció. ¡Cómo podía pasar eso! ¡No iba a permitir que su hermanito desapareciera sin más! Por eso se acercó a ver desde lo alto del tobogán y no pudo ver nada, pero entonces algo la arrastró y ella misma se sintió absorvida por la lengua del tobogán. Vio como éste cada vez se hacía más y más grande, hasta que de repente, cayó al final, al lado de su hermanito Álvaro.

Estaban al pie del columpio, y mirando alrededor vieron como los árboles eran tan grandes como rascacielos,  todo era muchísimo más grande. Pero lo más sorpresivo no era eso, sino que había un ser extraño parecido a un humano, con el pelo naranja, chaleco verde y pantalones del mismo color, con unos pies desproporcionalmente grandes en comparación al resto del cuerpo. Este ser estaba sentado en una piedra tocando la flauta, era un sonido precioso y animado y les hipnotizó durante un momento.

Entonces el duende se dio la vuelta y dijo: "Ahí estáis, qué bien, os estaba esperando. Soy Plim, el siervo de la reina duende, y ésta necesita vuestra ayuda. ¿Nos echaréis una mano?"

Paula y Álvaro estaban muy contentos de poder ayudar, así que se dieron la mano y siguieron al duende, que empezó a subir por unas piedras que estaban apiladas. Los niños se apretaban las manos fuertemente de lo emocionados que estaban.

Entonces Plim sacó su flauta y tocó unas notas muy llamativas, hasta que todos oyeron un zumbido, y apareció ¡una enorme abeja gordita, amarilla y negra! "Gracias por venir, Kera, siento molestarte, pero necesitamos llegar al palacio de la reina y andando vamos a tardar una eternidad. Si no estás muy ocupada, ¿podrías acercarnos?"

Kera hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se posó en las piedras para que se pudieran subir. Su lomo estaba lleno de pelitos a los que se podían agarrar, además era blandito y muy cómodo. Pero en cuanto alzó el vuelo se perdió toda comodidad, porque la velocidad que alcanzaba el insecto y los giros que hacía eran muy violentos, había que agarrarse muy muy fuerte.



Llegaron al lado de la Iglesia del Santo Cristo, donde había un árbol que no habían visto nunca antes, de tamaño ni muy grande ni muy pequeño, y con muchos nudos en su corteza que hacían de ventanas.

Se bajaron de Kera, de quien se despidieron, y la abeja cariñosa les dio besitos con su larga lengua, que era bífida y olía a miel y a flor, de un tacto suave y nada mojado. Fue un beso muy raro pero muy agradable, además tanto a Álvaro como a Paula les encantaba la miel, así que les agradó mucho el olor del beso.

Entonces se dirigieron a la puerta del árbol, que estaba en la base, y ésta se abrió. Salió volando una duende, que era una réplica con pelo del duende Plim, pero en chica y con unas preciosas alas que le permitían volar, que dijo: "daros prisa, ¡la reina os está esperando!"

Así que entraron dentro del árbol y recorrieron pasillos y corredores hasta que llegaron a la sala del trono, donde no había más que una duende chica, vestida con una preciosa túnica azul, aunque en vez de dos alas tenía cuatro, dos a cada lado. La reina estaba llorando y se secaba las lágrimas con una hoja del árbol.

En cuanto les vio dejó de llorar, y les dijo: "no sabía si íbais a querer ayudarme, ¡muchísimas gracias!"

"Resulta que dentro de tres días es la fiesta de las reinas, y debo ir en mi carroza hasta el castillo central de duendes. ¡Pero no puedo! La oruga Sika no quiere transformarse en mariposa, y sólo ella puede tirar de mi carroza. Dice que no piensa hacer su crisálida porque no quiere transformarse."

Álvaro miró a Paula, que le devolvía la mirada, y la mayor dijo: "Déjanos verla e intentaremos convencerla. ¿Dónde está?"

"Ése es el mayor problema. ¡Se ha escapado! Estaba en las caballerizas reales pero ha desaparecido." A la reina se le saltaban las lágrimas así que se las iba secando con la hoja de árbol, que cada vez estaba más hinchada.

Álvaro, muy valiente, le aseguró: "¡Nosotros la encontraremos majestad!" y con esas, salió de la sala, convencido de que esa tarea tan ardua la podrían solventar él y Paula con un poco de suerte.

Al salir, la abeja Kera se encontraba secando sus alitas al sol, les había esperado por si acaso era necesaria. Decidieron hacer uso de ella y volar en busca de la oruga. Se montaron de nuevo y procedieron a volar por los alrededores, Plim podría reconocer la oruga de la reina.

Pero no hubo suerte, Paula, que era más mayor, sabía lo importante que es el trabajo en equipo y le dijo a Kera, que a lo mejor si fueran más abejas las que les ayudaban, podrían cubrir más terreno y localizar prontamente a Sika, la oruga real.

Así que Kera se paró en el aire, y habló como sólo saben las abejas. Ellas se paran en el aire, y bailan. En su danza la forma, la intensidad y las repeticiones son las palabras. Así pueden decirse cosas unas a otras, y eso hizo Kera. No pasaron ni tres minutos cuando aparecieron más de seis compañeras del panal de Kera.

Paula y Álvaro montaron dos de ellas, mientras, Plim permaneció sobre Kera. Así fueron en equipo dispuestas en formación en V, siendo Kera la que iba en el vértice. Pronto, una divisó algo y danzó en el aire, avisando al resto. Todas fueron a ver, pero no era nuestra oruga, era otra más pequeña. Aunque ésta sí había visto a la oruga que describía Plim, porque las orugas reales eran diferentes. Les indicó que le parecía que estaba en el olmo gigante de la fuente.

Allí se dirigieron todos, y vieron el olmo, que en el mundo humano se había secado pero en el mundo mágico estaba en total plenitud, lleno de hojas y vida. Allí, defintivamente, estaba la oruga. Paula, Plim y Álvaro se bajaron de sus monturas y se acercaron a Sika. 

Ésta estaba zampando con sus fuertes mandíbulas una hoja del olmo, iba haciendo papilla las hojas y en vez de comérsela, la dejaba a un lado.

Paula le preguntó: "¿Qué haces? ¿Por qué no te comes las hojas?"

Sika le respondió mentalmente, porque las orugas no hablan ni tan siquiera en el mundo mágico, y le contó que su hermana había nacido con los dientes muy pequeños y tenía que ayudarla. Así que había buscado las hojas de un olmo, que a su raza de orugas es lo que más les alimenta, y estaba preparando comida para su hermana, que para ella era muy importante porque la quería mucho.

Álvaro y Paula se sintieron muy identificados, porque aunque siempre discutían desde muy pequeños, y aunque se quitaban los juguetes, en el fondo se querían muchísimo y sentían un amor fortísimo el uno por el otro. 

La oruga les explicó que su hermana necesitaba que le llevaran la comida y que ella estaba muy triste porque no podría transportarlo todo, pero que tenía que intentarlo. Entonces a Álvaro se le ocurrió que quizás las abejas podrían ayudar. 

Kera estaba encantada de echar una mano a la pareja de niños tan agradables, a los que les gustaba tanto la miel como a ella. Resultó que el resto de las abejas opinaban igual, así que cada insecto cogió un cachito de la comida que había acumulado Sika, hasta que Kera cogió el último cachito y les indicó que se montaran todos en los lomos de sus amigas. Ella llevaría a la oruga, porque tendría que volar con mucho cuidado ya que no tenía manos para agarrarse.

Cuando llegaron de nuevo al árbol palacio de la reina, tuvieron que esperar un poco, pero enseguida apareció Kera, con Sika, y lo que faltaba de comida para la hermana de la oruga real. Pronto se dirigieron a las caballerizas, donde Sika y su hermana se abrazaron enredando sus cuerpos con gran alegría.


Sika prometió que haría pronto su crisálida para convertirse en mariposa y Paula fue junto a Álvaro, a ver a la reina. La reina les abrazó muy alegre y les besó en las mejillas, les dió un cabello suyo a cada uno y les prometió que si los ataban, nunca perderían el amor que sentían el uno por el otro, que era lo que les había ayudado a trabajar en equipo para poder terminar esa aventura con tanto éxito.

La reina les pidió que cerrarán los ojos y los niños despertaron juntos en su habitación. Querian atar los cabellos de la reina así que eso hicieron. Salieron al patio de su casa y dejaron que el viento se los llevara, enlazados, con una brisa suave.

A los dos días estaban jugando en los columpios, cuando Paula y Álvaro vieron una maravillosa carroza voladora, de la que tiraba una hermosa mariposa. La conducía la reina duende, que venía a despedirse de ellos junto a Sika, la mariposa real.

Y se quisieron por siempre, si algún vez discutían, creían oir la misma brisa que se había llevado los cabellos dorados de la reina, y entonces olvidaban todas sus diferencias.