sábado, 16 de septiembre de 2017

El pasillo de musgos


Mike y Sandra habían conducido durante horas, para dirigirse a casa de los padres de Sandra, en Washington. Mike conducía un coche alemán descapotable, pequeño pero muy potente, que además consumía poca gasolina.

Querían parar de camino a comer en el bosque templado de Hoh, para que Mike pudiera ver los árboles y el bello paisaje que tiempo atrás, se extendió desde Alaska hasta la costa central de California.

Era una visita importante, porque Mike había pedido la mano a Sandra y ésta había aceptado. Tan sólo llevaban juntos dos semanas, pero habían sido las mejores de su vida. Mike era totalmente feliz y no podía creer que un chico con tan mala suerte como el pudiera haber enamorado a una persona tan maravillosa como ella.

Sandra le había dicho que sus padres querían conocerle a Mike así que habían organizado un fin de semana para visitarles.

Querían llegar para la hora de cenar, así que pararían en la selva de Hoh, para admirar su vegetación, formada por grandes árboles, hongos, líquenes y musgos impresionantes.

Así pues, se acercaron con el coche hasta la entrada del parque, y entraron. Era impresionante, una zona de árboles forrados de musgos colgantes, un enclave donde cada superficie se tapizan con hongos y líquenes. El resultado era un bosque tremendamente umbrío. El verano era fresco, así que Mike sacó una chaqueta y se abrigó para no coger frío. Sandra parecía inmune a las bajas temperaturas.

Mike quiso llegar al conocido pasillo de musgos, un corredor natural por el que se podía disfrutar de toda la belleza de este bosque húmedo, pero Sandra insistió en que ella era oriunda de la zona y sabía un sendero casi inexplorado, conocido sólo por unos pocos. No tuvo dificultades en convencer a Mike de seguir sus indicaciones.

Entraron por una zona en principio prohibida para los visitantes, pero era innegable que la belleza del paisaje merecía el riesgo, además Sandra, totalmente feliz y sonriente, le hizo correr tras ella.

Llegó un momento en que por despiste, perdió de vista a su amada, y entonces Mike gritó su nombre para localizarla "¡Sandra!"


No obtuvo respuesta.

Sus nervios empezaron a crecer, poco a poco fue desesperándose, porque podía oir su voz llamándole.

No sabía dónde se encontraba, tan sólo veía el bosque cada vez más oscuro y más cerrado. La temperatura había bajado considerablemente, y comenzó a tener muchísimo frío.


Decidió parar, presa de confusión y mareo, tenía ganas de vomitar. No podía respirar, así que se paró  se apoyó en sus rodillas, intentando recuperar el resuello. Ella parecía reirse de sus dificultades, y Mike no se podía imaginar que le estuviera gastando una broma tan pesada.

Mike creyó oir algo correr, no algo, varios cuerpos moverse alrededor suyo, en círculos. Se movían realmente rápido, empezó a tener realmente miedo, así que gritó "¡Por favor!¡Ya basta!¡No tiene ninguna gracia, no lo soporto más!"

La luz cada vez era más escasa, la noche empezó a cerrarse, y entonces Mike pudo ver a Sandra, desnuda, frente a él. Su cuerpo brillaba bajo los primeros rayos de la luna, su rostro estaba cambiando, sus ojos se volvían amarillos y su cuerpo poco a poco fue transformándose hasta adquirir la forma de un enorme lobo castaño.

Entre los esqueletos de los árboles muertos y los vivos, emergieron tres figuras más, supuestamente serían los familiares de Sandra, un lobo enorme negro, y otros dos más pequeños. Mike supuso que serían el padre, la madre y el hermano de Sandra.

Entonces el gran lobo negro habló, y dijo: "cacemos al humano, Sandra, dale muerte y alimentemos la manada".


El lobo Sandra se dirigió hacia Mike, quien en ese momento se irguió totalmente y, levantando una mano, blandió un martillo, y respirando con total normalidad, gritó: "¡Caza monstruos!"

Era el último cazador de monstruos, que había encontrado al último clan de hombres lobo americanos.










Enter your email address:


Delivered by FeedBurner