jueves, 26 de octubre de 2017

La Memoria de Suriel

Siempre hemos estado allí, y aunque vosotros lo habéis sospechado, nunca lo habéis podido demostrar. Somos vuestras guías, a veces vuestras musas, a nosotros se nos encomendó ayudaros y vigilaros.





Pero el tiempo, al que debíamos ser ajenos, nos empezó a afectar hace cientos de años. Debido al inmenso amor que sentimos por todas las criaturas, nos hemos implicado demasiado, y ahora casi ninguno de nosotros mantiene intacta su memoria, estamos envejeciendo.

Afortunadamente yo, El que Vigila a los que Vigilan, aún poseo la mayor parte de mis recuerdos, pero tengo miedo del futuro, y con estas líneas quiero recordar para siempre, a uno de nuestros hermanos.

Le encontré por casualidad, cuando subí al autobús le vi inmediatamente. Como aún conservo La Visión, pude observar perfectamente cómo su espíritu dorado sobresalía del recipiente de su cuerpo.

En sus tiempos, este hermano traía la buena suerte a aquellos que lo merecían.

Me dí cuenta que él no me reconocía, no hubo ninguna señal, no hizo ningún gesto.

En los próximos días subí al autobús, la misma línea, la misma hora, para observarle. No tardé mucho en llamarle por su nombre humano, antes Suriel, ahora los clientes de la empresa de transportes, le llamaban Suri.

Observé que conservaba su buen carácter, su humor y su bondad, porque saludaba a los habituales, ayudaba a quien lo necesitara, llenaba el autobús de bienestar. Los viajeros volvían de sus trabajos con las mentes llenas de buenos pensamientos.

Pero pude ver cómo, dentro de que él no parecía conocer su verdadera identidad, su naturaleza prevalecía sobre todo lo demás.

Hubo un día en que una mujer mayor, vestida con ropas evidentemente baratas, bastón, pero con alma pura y blanca, subió al autobús.

Suriel, como si de un gesto habitual se tratara, y sin percatarse de ello, expidió un billete para ella, pero el billete, a mis ojos, refulgía con parte de la energía de mi hermano. Era un billete dorado, un ticket con parte de su esencia.

Seguí a la mujer, y descubrí que al día siguiente, y así todos los días, iba al hospital, donde su hija yacía convaleciente. Pero su suerte cambió y su hija, fuera de todo pronóstico, mejoró.

Es así como cada día, Suriel continúa con su encomienda, repartiendo su bondad y su ser, entre todos vosotros.




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