viernes, 6 de octubre de 2017

Click

Cogió su taza humeante de té, tal y como cada noche hacía, buscando inspiración, mirando por la ventana de su habitación, sentada en su escritorio blanco frente a su ordenador. 






La noche oscura envolvía el edificio de enfrente. Estaba a pocos metros, la calle era muy estrecha.

Isabel sentía curiosidad por el vecino de la ventana que tenía justo delante, le había visto muchas veces, alguna vez entrando y saliendo del edificio, normalmente con una mochila al hombro y llevando ropa deportiva. Se trataba de un chico de rasgos muy agradables y cuerpo perfecto, que seguramente dedicaba horas diarias a trabajar en un gimnasio.

Las luces hoy estaban apagadas y las cortinas corridas así que no pudo ver nada, pero ella tenía que terminar su novela, en la que el protagonista era perseguido por un asesino en serie obsesionado con acabar con él.

Así pues, trasladó su atención hacia su trabajo inacabado y comenzó el capítulo en el que el asesino se introduce sigilosamente en casa de la víctima para instalar aparatos de seguimiento. Tras unas horas de reflexiones y redacción, Isabel cayó presa de un sueño profundo. Al día siguiente fue a trabajar a la redacción del periódico local, que era lo que realmente le mantenía económicamente. Su novela era sólo un proyecto.

John llegó por la noche a su casa –“click”-, cansado tras la sesión con su último cliente y con bastante dolor de cabeza. Como entrenador personal, tenía clientes que sólo podían ejercitarse en los peores horarios, así que los martes tocaba llegar a casa bastante tarde. Entró en casa, fue a la ducha y se envolvió en una toalla, dirigiéndose directamente a la pequeña cocina integrada en su salón para hacerse una cena rápida. Al salir del baño volvió a oir como un “click”. La noche fue horrible y casi no pudo descansar, un zumbido le estaba agravando la jaqueca, y por mucho que buscó, no supo decir de dónde venía.

Isabel se dirigió al microondas para coger su taza de agua ya caliente. La sacó y le puso la bolsita de early grey desteinado, desde su habitación miró por la ventana y le vio. Era el deportista guaperas, con una camiseta de tirantes que dejaba ver sus bien torneados hombros, de pie frente al televisor.

Su historia no se iba a escribir sola, y sentía necesidad de plasmar el final de su novela, así que siguió escribiendo. El asesino en serie capturaba a su víctima…. No sabía cómo exactamente, pero vio cómo el vecino salía de su casa con la bolsa de basura en la mano, y decidió trasladarlo a su historia. El asesino golpeó a la víctima cuando depositaba la bolsa de basura en el contenedor de la calle.

John cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras, saliendo del portal con la bolsa de basura en la mano. Los cubos de basura estaban al final de la calle así que no tuvo que andar mucho, pasó rozando un coche negro y pudo tirar la bolsa en el contenedor. En ese momento, algo le golpeó la cabeza y todo se volvió negro.

La escritora aficionada se acostó aún más tarde de lo habitual, porque no tenía que trabajar el sábado, y siempre había sido un poco nocturna. Consiguió terminar su novela, en la que finalmente, el asesino, que había torturado durante días a su protagonista, terminaba con su vida, justo en el momento en el que el joven policía le atravesaba el cerebro con un disparo.

A la mañana siguiente le despertó una sirena, vio varios coches policía acordonando la zona. No tardaron en llamar a su puerta, unos detectives, con el fin de averiguar si el día anterior había visto algo extraño. Según parece, había desaparecido un vecino. No pudo contribuir con ninguna información.

Pronto se enteró de que el vecino desaparecido había sido el guaperas, y no pudo creerlo cuando le dijeron que no había vuelto a casa tras sacar la basura. Un cliente que le había echado en falta había llamado a la empresa de fitness y así finalmente, intervino la policía ante la desaparición del deportista.

Era una enorme casualidad…

El lunes, un compañero llamó a Isabel por teléfono, trabajaba en la sección de investigación del periódico. Quería hablar con ella para contarle, por si conocía a la víctima, que se había confirmado su desaparición como obra de uno de los asesinos en serie del momento El Doctor Muerte.

No podía creerlo, su novela se basaba en ese mismo asesino, que era real, y su protagonista era un profesor de pilates. La casualidad volvía a ocurrir… recordó su historia y le preguntó al periodista: -“¿La policía ha recibido hoy una misiva?”- en su novela, la policía recibía unas pistas por carta, hasta que finalmente, los detectives deducían que el asesino estaba escondido en un bunker anti bombas abandonado en las afueras de la ciudad.

El compañero permaneció en silencio, y finalmente le inquirió: -“Esta no es tu especialidad, tú debes seguir con tus recetas y horóscopos. No te metas donde no te llaman”.Isabel se quedó con el teléfono pegado a la oreja, sin habla. La falta de respuesta del compañero lo decía todo.

Tenía una tarjeta de uno de los detectives que la habían visitado, así que decidió llamar e intentar explicar las coincidencias, para que al menos, revisaran la zona donde estaba el bunker en su historia. La citaron en comisaría.

Al salir de trabajar se dirigió todo lo rápidamente que pudo hacia la comisaría. Allí la interrogaron varias veces, le pidieron copia de su escrito, que Isabel prometió mandar por correo electrónico en cuanto llegara a casa. Pero se fue de allí convencida de que la tomaban por una loca.

Al día siguiente lo pudo leer en los periódicos, existía una pista recibida del asesino y la policía tenía 24 horas para encontrar a John. Decidió investigar por su cuenta, así que cogió un taxi y se fue al parque donde se suponía estaba el bunker enterrado.

No encontró nada. Volvió a casa, cuando entró escuchó un sonido extraño… “click”. Ese ruido se llevaba repitiendo desde hacía varias semanas en su casa.

Al día siguiente no fue a trabajar. No quería encender la televisión local, temerosa de lo que pudiera escuchar. Finalmente lo hizo, y como sospechaba, a John lo habían encontrado flotando en el río. Pasó toda el día encerrada en casa, a eso de las doce de la noche, cayó dormida, totalmente exhausta por el sentimiento de culpabilidad.

Recuperó la consciencia, estaba en una jaula. Había un hombre leyendo en una silla, que cuando ella despertó, dejó el libro a un lado, conectó una cámara de grabación “click”, y le dedicó la peor y más aterradora sonrisa que jamás había visto…






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