domingo, 1 de octubre de 2017

El Dueño

Me relamí mis patas, tenía el pelito manchado del líquido del suelo. Mis rayas blancas resaltaban menos contra mi pelaje oscuro por culpa del líquido magenta.




Había ganado algo de peso en los últimos días, mi dueña antes me racionaba la comida, pero ya no era así, afortunadamente. Sentí el sol que entraba por la ventana calentar mi piel, me daba tanto placer, que mi pelo se erizó y el calor penetró más profundamente en mi pelaje.

Tenía todo lo que un gato puede desear. Un lugar tranquilo, sol, lugares para saltar y arañar, comida en abundancia. Nunca había sido tan feliz.

Había algo pegado en mis bigotes, pero con unos cuantos roces contra mi pata derecha quedé  limpio. Ante todo, yo era un gato pulcro y cuidadoso.


Sentí de nuevo cómo el hambre atravesaba mi estómago, así que me dirigí a mi dueña, que estaba en el suelo, inmóvil, con sus grandes ojos oscuros abiertos.





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