miércoles, 11 de octubre de 2017

El Ocaso


Érase una vez, una señora muy anciana, de aquellas que tenía una cuenta en un banco porque tenía que cobrar su pensión de alguna forma. 





Cada mes sacaba todo el dinero y lo guardaba en casa, para ir pagando sus gastos poco a poco.

Justo cuando nuestra ancianita pensaba que las cosas no cambiarían y que podía seguir en su remanso de estabilidad, recibió una llamada en su puerta.

Se oyó un sonido de unos pasos que cercenaban el silencio con su terrorífico recorrido, sintiendo el último muy cercano, y viendo cómo una sombra se proyectaba devorando la luz de las rendijas de la puerta de entrada.

Unos nudillos llamaron rítmica y tétricamente, a la pobre vieja se le congelaron hasta los huesos, de por sí maltrechos.

La viejita, totalmente asustada, preguntó con una tenue y débil voz casi inexistente: “¿Quién es?

La voz que allanó sus dudas parecía surgida de ultratumba, horrorosa y creciente, dejando su alma fría: “¡!eeeEEEL OcaaaAAAsooOOOOO!!

Entonces, con el corazón en un puño y las lágrimas deslizándose por sus mejillas, la viejita fue corriendo a abrir la puerta, donde un joven trajeado y con maletín la esperaba para cobrar el seguro de decesos de una compañía que no vamos a mencionar.





Historia escabrosa como ella sola, además real.
Pasó de boca en boca… adquiriendo vida propia, y volviéndose cada vez más sombría y espeluznante.








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